…Un árbol elefantiásico y frondoso se erguía frente al viento, enterrado casi un par de lustros en medio de un desierto… nunca sus frutos tocaron el suelo… ni jamás fueron cogidos por las manos de greda… sólo sus raíces oscuras y profundas evitaron su muerte mil veces… Pero sus hojas cayeron lentamente, una a una, se lanzaron a la arena insípida, inertes… y mi alma sigue danzando rodeando ese antiguo fuste hoy marcado por el acero frío… vil, certero, inesperado… arrojado por las mismas manos que lo sembraron… ahora el árbol y sus hojas son sólo un grito en el cielo, y el desierto se redujo a un ínfimo gramo de polvo condenado a vagar en la oscuridad del espacio vacío, eterno… mientras aquella alma bebe sus lágrimas mientras llora... mil mundos lo verán pasar…
